solo


Vestido de negro y sentado en una esquina de una gran banca,
estaba, callado,
ese ser humano.

Como una pintura estancada en el tiempo
y un dios quedado en el olvido,
veía pasar la gente y la juventud,
a la que sin querer o queriendo,
un día renunció,
talvez sin saberlo.

Con la pasividad de un dios omnipresente
sólo dejaba que a su alrededor las cosas sucediesen,
las bicicletas pasasen, y la rebeldía ajena se ensanchase.

Abnegado a la vida y su transcurrir,
miraba ya sin recelo,
las herejías de su propio suelo.

Gris figura de escaso cabello cano,
inerte e indolente
veía su diminuto ser apropiándose de los pecados ajenos.


(A un sacerdote en la Plaza de la Merced)

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